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Cuando la fotografía pasa de ser una afición a una pasión, y de ahí se convierte también en un negocio, es importante dejar claras las bases de lo que constituirá tu trabajo. Porque al principio todo parece posible, a todo queremos decir que sí y a todo queremos llegar, pero el tiempo y la experiencia enseñan que es necesario tener muy claro cómo vamos a trabajar, cuándo, por cuánto… y sobre todo qué queremos hacer y a quién queremos llegar.

A mí me ha costado más de una caída, desandar camino y volver a empezar, darme cuenta de que al final lo que condiciona cada hora de trabajo y cada «clic» es una motivación interior. Que esa motivación, esa emoción, es la que define mi estilo de mirar, de ser y de trabajar, y conecta con unas personas sí y con otras, no. Vamos, que para gustos colores, que no puedo ni pretendo encantar a todo el mundo, y que de hecho lo mejor que me puede pasar es gustar a las personas que me gustan a mí.

Lo afortunada que soy en mi trabajo no lo mido en ingresos (mejor no, mejo no jajaja!!) sino en lo que soy capaz de transmitir a mis clientes, y en la confianza, el respeto y el cariño que me vienen de vuelta. Que por suerte es mucho.

¿Y cómo son esos clientes? Pues después de intentar categorizarlos y encasillarlos, resulta que no responden a ningún parámetro socioeconómico, estético o geográfico. No son más ricos ni más altos ni más guapos que otros. Son personas que ven algo en mi forma de fotografiar y se ponen en mis manos sin pedir mayores garantías, que llegan a la sesión ilusionados, con ideas y abiertos a lo que surja, dispuestos a mostrarme sus sentimientos, a compartirlos y a emocionarse con sus hijos, a vivir más y a posar menos frente a la cámara. Y cuando les entrego el trabajo final, en el 99% de los casos consigo superar sus expectativas. Son personas con las que me encanta mantener el contacto, que repiten experiencia y me permiten ver crecer a sus bebés, conocer a nuevos miembros de la familia, y considerar que el poco tiempo que paso con ellos les ayudo a construir sus recuerdos. Y algunos hasta se convierten en amigos. Y casi todos me ayudan a ser un poco mejor persona y mejor fotógrafa después de observarles.

Esos son los clientes que quiero. ¿Qué más podría pedir? A todo ellos les doy las gracias hasta el infinito por ayudarme a hacer el camino de LaLuna.

Fotos: parte del reportaje de familia de Nicolás con sus padres, diciembre 2016.

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